La utopía pura de Clara Campoamor
El debate del sufragio femenino en las Cortes de 1931 es hoy una
sucesión de textos, vaciados de imágenes documentales, de cuya lectura
brota un apasionante juego escénico, pautado en tiempos de exposición,
nudo y desenlace propios del teatro clásico. Clara Campoamor, alzada en
el ojo del huracán, consigue irradiar y conmover. El hemiciclo, hasta
ese momento de representatividad masculina exclusiva, pese a los avances
de las españolas en la sociedad, se transforma por su intervención en
el lugar desde el que afloran las tesis que defiende frente a poderosos
antagonistas, incluida su compañera, la abogada Victoria Kent. Como todo
acto utópico puro, la situación desencadena retahílas dramáticas de
traiciones y lealtades, tesis contrapuestas y vibrantes ritmos y formas
estéticas, hasta desembocar en otra cruel paradoja de la historia. La
utopía de la dignificación del sexo femenino, lograda en su tiempo y en su generación por la consecución del derecho al voto, se revierte para ella en el no lugar del aislamiento y el exilio.
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