martes, 22 de marzo de 2016

La ínsula imaginaria





Es muy probable que –sin saberlo—una inmensa mayoría pronuncia la palabra Utopía no sólo sin citarla como título de un libro de Tomás Moro, sino incluso sin conocer el nombre del autor en inglés (Thomas More o Más, que suma y no resta) y el título completo de la obra, en latín: De óptimo Republicae Statu deque Nova Insula Utopia. Peor o mejor aún, se dice Utopía o se transforma en adjetivo como calificativo para muchos sueños cuya posibilidad depende más del empeño en su desarrollo que del incierto resultado que esperamos legarle a su futuro. Es decir, denostamos como utópico todo planteamiento o propuesta aun antes de su posible formulación y, al hacerlo, hemos convertido a la palabra en un término ya con cara de lugar común cuando, tengo para mí, que esa ínsula imaginaria, ese lugar imposible no tiene en ninguno de los renglones de su constitución la negación de su posibilidad. Que lo imposible no abate lo inverosímil lo sabe bien el espectador del increíble espectáculo del mundo, el lector de la prosa que se adelanta a su tiempo y el enamorado que percibe nítidamente los suaves pétalos de un beso con sólo evocar la boca inalcanzable de su deseo.

[...]

Bien visto, la vida y obra de un pensador intemporal se escribe cada vez que en el mundo haya lector que conjugue el sueño de una perfección anhelada, incluso sabiendo que la ignota navegación a su puerto es no más que el deseo de una ínsula que sólo existe en la imaginación que compartimos al deletrearla.



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